Aunque mi inatención era escribir un largo post viajero sobre mis vacaciones en san carles de la rápita,lo cierto es que, a mis dificultades a la hora de manipular un pc sin ratón, hay que añadir mi inconstancia y sobre todo mi pereza a la hora de sentarme y escribir con el rigor que me caracteriza, que mas bien es nulo, mis andanzas por estas tierras en las que a día de hoy me encuentro.
Quiso el azar que este año, mis agostiles vacaciones hayan hecho tierra en esta bonita localidad de la costa de tarragona. Una vez más hay que echar mano del refranero español, tan sabio el, y enunciar una de sus grandes citas:
"A caballo regalao no le mires el dentao"
Repartidos en un par de apartamentos,paso estos días de estío en familiar compañía. Llegamos el lunes a san Carlos, nos instalamos y rápidamente disfrutamos de la piscina que tenemos bajo nuestro piso. Antes disfrutamos de una fantástica comida en el Restaurante varadero en la que tuve oportunidad de disfrutar de uno de los platos típicos de esta zona, la fideada que no la fideuada. Básicamente la diferencia es que la segunda es con fideos gordos y no con fideos de cabello fino. Sirva este pequeño apunte de nota gastronómico a tan cuidada crónica.
El apartamento se encuentra situado a 3 kilómetros de san Carlos, el una zona llamada Alcanar,justo enfrente tengo al tristemente conocido caamping Les Alfaques. Lo que menos me gusta de todo es precisamente esto, la situación, el hecho de estar en medio de ninguna parte. El Dr.Magenta es muy dado a sus solitarios paseos, y aunque de naturaleza urbanita también sabe apreciar otros entornos. lastima que en este no haya bares, tiendas, gente... Los Alfaques se ha convertido en mi segunda casa, allí acudo a desayunar cada mañana, al tiempo que aprovecho para acceder a través del mismo a la zona de costa, agreste y salvaje costa. Mucho hay que andar para legar a una playa de arena, por esta zona abundan pequeñas calas bastante inaccesibles y sin servicio alguno pero que resaltan por ese punto salvaje innato en ellas.
Mi primer día, después de desayunar en el camping, comencé a andar mochila al hombro por tan abrupto paisaje, antes le pregunté al encargado del bar por una playa cercana y Noé contó algo sobre una cementera que no acabé de entender, pese a todo yo le decía a todo que si, e inicie mi paseo.
Llegue a una minúscula y tosca cala y me senté en unas rocas cercanas, eramos muy pocos los que disfrutábamos de tan tosco espacio y eso me hacia sentir cómodo y libre,muy libre.
Decidí finalmente entrar en el agua y lo hice mirando al cielo como si me hubiera movido por allí toda mi vida, después de dos pasos en el agua note como de repente caía en una agujero que conseguía que el agua me cubriese hasta el pecho para al dar un paso me encontrase con el agua por el tobillo.
No soy Caseta pero llegué a la conclusión de que me encontraba en una playa rocosa, lo que ignoraba es que lo fuese tanto.Sin perder la sonrisa comencé así como el que no quiere la cosa, a tropezar con piedras que se encontraban en el fondo,algunas de impresionante tamaño. Para cuando empecé a agobiarme, ya era demasiado tarde y aunque la marea era `practicamente nula,la corriente me dificultaba llegar de nuevo a la orilla. Cada vez que daba un par de pasos acaba chocando contra una roca, haciendome daño y lo peor el agua me arrastraba y caía de lleno sobre piedras. Después de angustiosos minutos pude llegar a la orilla con las manos y pies llenos de pequeños cortes provocados por las afiladas rocas que había en el mar.
Salí del agua con las palmas de las manos abiertas, cual estigmatizado, y cojeando del pie derecho en el que llevaba una herida sangrando. A pesar del momentazo, mantuve la cordura y disimule como pude sentándome en una roca y poniéndome a recoger conchas para hacerme un collar.Ni que decir tiene, que en cuanto el matrimonio con los dos niños que n o dejaban de dar por saco recogiendo tellinas, se marcharon, servidor sacó una camiseta y la envolvió en la ulcerada mano al tiempo que daba agudos aullidos de dolor, de dolor marino.
Como pude,bordeando la costa en una especia de náutica gymkana en la que tenia que saltar vallas, andar por inestables pasarelas de piedra y esquivar malintencionadas rocas con malignas intenciones, conseguí llegar hasta un ligero remanso de paz, al que se accedía a través de un pequeño rompeolas.
Me senté en el suelo sobre una piedra, y por un instante con los ojos cerrados me deje llevar por el murmullo de las olas chocando violentamente contra este. Que precioso espectáculo en el que se funden la belleza de la inmensidad del mar,con lo salvaje,lo agreste y brutal.
El sonido de este se filtraba en lomas profundo de mi persona, al tiempo que servido entraba en una especie de trance, de fisión con la madre naturaleza, del que desperté sobresaltado cuando una puta ola, un tsunami dirá yo, golpeó con dureza contra las rocas empapándome de arriba a abajo.
(continuará)