Una improvisada e insólita tormenta de verano me hizo cuestionar la idea premeditada de ir al gimnasio ayer por la tarde. Cualquier excusa es buena para no ir pensé, al tiempo que cada 3 minutos sacaba el brazo por la ventana para comprobar si esta cesaba, una idea bastante absurda puesto que lógicamente el gimnasio esta bajo techo.
Finalmente se impuso mi conciencia y sin pensarlo demasiado inicie ese aburrido ritual que es reparar la bolsa, aburrido y sobretodo complicado, no hay día que no olvide algo. ¿Porque uno tiene que meter tantas cosas para hacer ejercicio? En ocasiones más que al gimnasio, servidor parece que se va de vacaciones de semana santa.
A pesar de la ligera bajada de temperaturas, no pude evitar comenzar a sudar una vez traspase el umbral del centro deportivo. Me temo que es algo psicológico, es atravesar la puerta y comenzar a sudar sin ni siquiera haberme cambiado de ropa. Seguí escuchando la voz de mi conciencia y sin pensarlo demasiado, una vez travestido de deportista, atravesé la puerta del vestuario como en el programa “Lluvia de estrellas”. Afortunadamente no estaba Bertin Osborne esperándome vestido de smoking por lo que raudo me lancé sobre la primera bici estática que encontré, antes de arrepentirme y volverme a mi casa. Una vez más, el doctor magenta sucumbió ante la sofisticación electrónica de semejante aparato, sin saber muy bien ni como ni porque, una vez comenzaba a pedalear la bicicleta iba subiendo el nivel de dificultada de pedaleo hasta el máximo, impidiendo que mis piernas tuvieran la fuerza suficiente para hacer girar la rueda y poniendo en peligro mis extremidades inferiores, que a un pelo estuvieron de partirse cual astilla debido a la dureza del pedaleo. No tuve más remedio que requerir los servicios del monitor que solicito me explico uno a uno todos los detalles y opciones del aparato. A punto estuve de pedirle una libreta para tomar apuntes, que complicado que es todo, si yo lo único que quiero es pedalear y que se enciendan las lucecitas esas que no que se indican y que sinceramente tampoco me hace falta saberlo. Deberían incluir un pequeño cursillo de informática con la matricula, opino.
Tras la bicicleta, dude durante unos segundos si enquistarme en uno de esas ortopédicas maquinas de musculación, pero el recuerdo de las agujetas en los brazos lo tengo todavía muy presente, por lo que finalmente me decanté por la cinta andadora, un clásico.
Sin pensarlo comencé a dejarme arrastrar por la misma, haciendo caso omiso a la multitud de lucecitas que parpadeaban en el tablero de la misma. A pesar de que el ritmo que me impuse era similar al de un paseo viendo escaparates, servidor ya en aquel momento lucia un look tipo Mister camiseta mojada, y entonces se produjo un milagro que provocó mi mas absoluta entrega a la citada maquinita. Justo en la parte superior izquierda del panel había un botoncito que al apretarlo ponía en marcha un ligero aunque efectivo sistema de ventilación, una brisa de aire fresco que rebotaba sobre mi sudorosa frente y que inevitablemente provoco en servidor un jadeo de satisfacción que levantó erróneas sospechas en la gente que tenia a mi alrededor. De forma inconsciente y animado por la artificiosa brisa y por las canciones de
La casa azul, que estaba escuchando en mi mp4, comencé a improvisar coreografías imposibles que a punto estuvieron de provocar que servidor terminara empotrando su dentadura en el detector de las pulsaciones.
Agotado por tanto ejercicio, terminé la tarde regalándome un baño en la piscina de relajación en la que casi termino echando una cabezadita dejándome llevar por el sugerente sonido de los chorritos de hidromasaje. Definitivamente lo mió es el agua, al menos allí no hay botoncitos, ni menús desplegables.