Siguiendo mi más que breve periplo vacacional que mañana llega a su fin, me gustaría, antes de continuar, hacer una reflexión en alto. "Lo que puede llegar a cansar el agua". Sí, estoy agotado, agotado y negro. Y cuando digo negro no hablo de mi estado de ánimo, sino del color de mi piel. Aunque más que hablar de bronceado, deberíamos hacerlo de quemaduras de segundo grado.
Tras la opípara barbacoa nocturna, y después de dar rienda suelta a mi desatada adicción por el Facebook, confieso que dormí más y mejor de lo que pensaba. El Dr. Magenta es un poco tiquismiquis en esto de hacer noche, un animal de costumbres.
Lo cierto es que después de un tiempo de lectura, caí mecido por los bravidos aires del Montgó. Ciertamente se produce un curioso fenómeno en este paraje, por la tarde son notables sus golpes de viento que se prolongan hasta bien entrada la madrugada. Sobre las 4 ó 5 de la mañana para el aire en seco, en fin sólo era un apunte geográfico.
No tardé demasiado después de levantarme, en meterme en el agua. Aun no había digerido mis dos magdalenas de la marca Consum y servidor ya estaba a remojo. Antes me embadurné cual culturista entrado en años y en carnes. Dejé actuar el efecto bronceador de la crema de zanahoria y después de una espasmódica ducha fría, me metí en el agua.
Si tuviera que explicar mi relación con el agua, supongo que tendría que evocar ciertos musicales acuáticos tipo "Escuela de Sirenas". Básicamente cuando estoy metido en el agua, me dedico a inventar bonitas coreografías acuáticas e imposibles.
Me gusta moverme a merced del líquido elemento, dejarme llevar y sobre todo zambullirme en su inmensidad. Cerrar los ojos y parar el tiempo sumergido en su profundidad.
He decidido que si algún día tengo pasta, lo primero que voy a hacer es comprarme una piscina.
Como antes comentaba, el agua cansa, cansa mucho, por lo que después de mis insólitos ejercicios coreográficos y de jugar con mi sobrina Lola, decidí tomar un poco el sol y vivir un auténtico momento Chill Out. Subí hasta el tejado de la casa, reconvertido en improvisado solarium, y me tumbé en una hamaca de teka, dipuesta y predispuesta para la ocasión. Agotado, me dejé mecer por los aires del Montgó, que con su brisa hacían acogedor el fuerte calor que inundaba aquella terraza. Cuando me desperté, sí cuando me desperté, ya demasiado tarde, y el Dr. Magenta era más Magenta que nunca. Decidí sofocar mi fuego externo sumergiéndome de nuevo en el agua, para entonces las incomodidades propias de este tipo de excesos, no habían hecho más que empezar.
Ya por la tarde decidimos bajar al paseo marítimo y pasear por la ciudad, lejos de la tentación, lejos del agua, pero eso ya es otra historia.
Continuará...
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