jueves, 5 de julio de 2012

LecTuRaS dE PRoGRaMa DoBLe

En las últimas semanas he aparcado por un tiempo la literatura de ficción para sumergirme en la lectura de libros sobre cine aprovechando una fantástica oferta de libros de saldo en una librería de lance cercana a mi domicilio. Nunca he entendido el porque los libros de cine son especialmente caros, durante años he ido acumulando una biblioteca abastecida básicamente con esos restos de serie que podía encontrar un par de años después del lanzamiento del libro en cuestión en este tipo de comercios. Cuando visito alguna de estas tiendas y encuentro oportunidades de este tipo, suelo arrasar y cargar cual porteador en película de Tarzan.

Si bien es cierto que esperaba mucho de “Bienvenido Mr. Cagada” el libro que sobre el director de cine Luís Gracia Berlanga escribió su compañero y amigo Jesús Franco, confieso que me ha defraudo profundamente. Ya hace años leí una biografía sobre el director que me ha parecido mucho más interesante que esta en la que Jesús Franco se limita a poner en su boca básicamente las opiniones del inmortal realizador valenciano. Esperaba más información sobre su vida, su juventud y sobretodo anécdotas sobre sus rodajes. El recorrido por los diferentes títulos de su filmografía resulta muy decepcionante al pasar por estas de de forma efímera sin apenas aportar información sobre la forma en que fueron rodadas, sobre sus actores, una lastima teniendo en cuenta la cantidad de historias y jugosos chascarrillos que sobre ellos podría haber aportado este libro.
Su autor pone voz a las opiniones del director en lo que podría haber sido perfectamente una larga entrevista sobre lo humano y lo divino, la España de la postguerra y la de la apertura, y sobre todo la particular visión que Berlanga tiene sobre el erotismo, la pornografía y sus particulares fetiches.

En el otro libro en cuestión, “Alfredo el grande, vida de un cómico” su autor Marcos Ordóñez hace un repaso en primera persona de la vida y obra de este genial actor Alfredo Landa. Desde su infancia y juventud en San Sebastián a sus inicios y consagración en el cine años mas tarde en Madrid. Sus primeros trabajos en teatro, su debut en el cine con pequeños papeles y su posterior reconocimiento. Nada que ver con el libro de Berlanga, en esta ocasión su autor nos regala suculentas anécdotas en las que sin pelos en la lengua, Landa opina sobre muchos de esos nombres propios que han formado y forman parte de la historia de nuestro cine.
Un libro no exento de polémica por la sinceridad con la que el cómico repasa las vivencias que ha tenido con sus compañeros de profesión y gente del cine en general. Un libro repleto de sorpresas y, para alguien al que como a mi le entusiasma esta etapa de nuestro cine, consigue incluso sino desmontar, si hacer tambalear algunos de mis más arraigados iconos cinematográficos.
Confieso que he disfrutado muchísimo con la lectura de esta biografía que me ha dado la oportunidad de conocer en detalle la forma en la que se hacia cine en nuestro país y la gente que formaba su particular geografía. Marcos Ordóñez hace un excelente trabajo en el que no solo nos regala esas maravillosas anécdotas a las que antes me refería sino que aporta interesantes datos cronológicos, de recaudación, etc.
No en vano, Ordóñez es autor también de otras interesantes biografías como la de Ava Gardner en España “Beberse la vida” o la que hizo sobre los intelectuales y escritores que poblaban el inmortal café Gijón. Un libro más que recomendable para todos aquellos que en algún momentos hayan disfrutado de nuestro cine y sobre todo de los cómicos que lo hicieron posible.



martes, 3 de julio de 2012

HoRiZONTaLES VíNiLOS


DoMiNGo dE SiLeNCiOS

Nunca me gustaron los domingos, ni siquiera cuando era un niño y los ecos de la retransmisión del dominical partido de fútbol traducido en forma de ondas hertzianas, inundaba sus tardes mezclándose con los angustiosos rumores del comienzo de la semana, del temido lunes. Han pasado ya unos años, muchos y sigue siendo igual, si me gustan poco los domingos, aun me gustan menos los lunes. Resulta complicado disfrutar del festivo, sin que de inmediato aparezca la sombra del día laborable asomando, mientras el tiempo se desvanece.
Si bien ahora no me acompañan los cánticos por goleada ni los resultados de la quiniela, lo cierto es que mis domingos siguen siendo igual de tortuosos y sobre todo mucho, mucho más solitarios.
Huyendo precisamente de ese silencio, decidí bajar a la calle y como en otras muchas ocasiones perderme, pasear sin destino, siguiendo mis propias huellas para acabar a las puertas de unos multicines, donde tras una rápida ojeada llegué a la conclusión de que no había ninguna película lo suficientemente atractiva como para pasar por taquilla aprovechando los previos a la final de la eurocopa, un buen momento sin duda para dejarse envolver por la oscuridad de una sala de cine.
Descartada la opción cinematográfica seguí paseando entre calles que a medida que se iba acercando la hora del partido, empezaban a quedarse desiertas, casi tanto como las tiendas y grandes almacenes que, de forma absurda, abrían ese domingo inaugurando la temporada de rebajas veraniegas. Ni siquiera sus apetecibles ofertas en libros, ni esos fantásticos 3x2 de los que soy fans, consiguieron arrancar un céntimo de mi cartera, inmune a tanto saldo esparcido por metro cuadrado.
De nuevo en la calle, continué la senda que dejaban mis huellas. Ya de camino a la Fnac, autentica catedral de mi personal romería consumista, atravesé la céntrica calle que le da acceso, encontrándome con una dantesca a la par que atractiva imagen, la de mi persona caminando en absoluta soledad por aquella avenida de habitual trafico mas que abundante, totalmente despejada de vehículos y personas. Sus amplios carriles permanecían vacíos y servidor andaba por en medio de los mismos como si del protagonista de la película de Alejandro Amenazar, “Abre los ojos” se tratase. De no ser que a través de balcones y ventanas, así como de las terrazas de los bares cercanos me llegaban los ecos del partido en fútbol, podría haber llegado a pensar que durante mi estancia en aquel gran almacén, un terrible Apocalipsis había asolado nuestro planeta convirtiendo a servidor en el único superviviente. Afortunadamente no fue así, por lo que apure los últimos minutos antes de cerrar para darme una vuelta por la Fnac bajo la irascible mirada de sus empleados que con la cabeza en el terreno de juego esperaban ansiosos a que cerrase el comercio para disfrutar como el resto de los humanos de la fiesta del fútbol.
Resignado ante el inminente cierre, marche para casa, no sin antes tener la suerte de cruzarme con un ser querido en el camino. Mi hermana, que antes de despedirse me dio un par de sonoros y excesivos besos en la mejilla con el único fin de pringarme esta con los colores de la bandera que de forma bastante incomprensible llevaba pintadas para animar a la roja. Así, con los mofletes rezumando color, mientras subía las escaleras, me llegaron los ecos de un segundo gol, pero ni eso fue motivo suficiente para que servidor encendiese la tele. Un estruendoso petardo en la calle y los primeros golpes de sirena, cláxones y trompetas varias me hicieron sospechar que este había acabado y que la fiesta y lo que es peor la celebración de la misma se iba a alargar durante toda la noche.
Fue entonces cuando no pude reprimirme y encendí el televisor para dejarme llevar por a euforia colectiva, por esa orgía de gritos y de emociones en la que se sumergió gran parte de este país. Confieso que mi mayor interés residía en la entrevista de la periodista Sara carbonero a su prometido y capitán del equipo, Iker Casillas. Necesitaba un final cinematográfico a tan deportiva noche, pero este no llego y quedo resuelto en un confortable abrazo.
La celebración se alargó durante toda la noche y aunque no me gusta nada el fútbol si que es cierto que me congratulé porque un hecho así sirviera de alegría a tantos y tantos españoles a los que últimamente nos tienen acostumbrados a pésimas noticias. Sin embargo, no podía dejar de pensar que mientras todas aquellas personas alborotaban, cantaban y gritaban por la calle jaleando la victoria de su equipo. A unos kilómetros de mi casa, el monte estaba ardiendo y muchos héroes anónimos que no cobran ninguna prima por su trabajo y que posiblemente acaben siendo también victimas de los recortes de nuestro intolerante gobierno, estaban trabajando por nosotros sin que los medios de comunicación resaltasen su trabajo ni se les diera ninguna copa.
Entonces apague de nuevo el televisor y me volví a sentir solo, solo en un mundo que no acabo de entender.