Nunca me gustaron los domingos, ni siquiera cuando era un niño y los ecos de la retransmisión del dominical partido de fútbol traducido en forma de ondas hertzianas, inundaba sus tardes mezclándose con los angustiosos rumores del comienzo de la semana, del temido lunes. Han pasado ya unos años, muchos y sigue siendo igual, si me gustan poco los domingos, aun me gustan menos los lunes. Resulta complicado disfrutar del festivo, sin que de inmediato aparezca la sombra del día laborable asomando, mientras el tiempo se desvanece.
Si bien ahora no me acompañan los cánticos por goleada ni los resultados de la quiniela, lo cierto es que mis domingos siguen siendo igual de tortuosos y sobre todo mucho, mucho más solitarios.
Huyendo precisamente de ese silencio, decidí bajar a la calle y como en otras muchas ocasiones perderme, pasear sin destino, siguiendo mis propias huellas para acabar a las puertas de unos multicines, donde tras una rápida ojeada llegué a la conclusión de que no había ninguna película lo suficientemente atractiva como para pasar por taquilla aprovechando los previos a la final de la eurocopa, un buen momento sin duda para dejarse envolver por la oscuridad de una sala de cine.
Descartada la opción cinematográfica seguí paseando entre calles que a medida que se iba acercando la hora del partido, empezaban a quedarse desiertas, casi tanto como las tiendas y grandes almacenes que, de forma absurda, abrían ese domingo inaugurando la temporada de rebajas veraniegas. Ni siquiera sus apetecibles ofertas en libros, ni esos fantásticos 3x2 de los que soy fans, consiguieron arrancar un céntimo de mi cartera, inmune a tanto saldo esparcido por metro cuadrado.
De nuevo en la calle, continué la senda que dejaban mis huellas. Ya de camino a la Fnac, autentica catedral de mi personal romería consumista, atravesé la céntrica calle que le da acceso, encontrándome con una dantesca a la par que atractiva imagen, la de mi persona caminando en absoluta soledad por aquella avenida de habitual trafico mas que abundante, totalmente despejada de vehículos y personas. Sus amplios carriles permanecían vacíos y servidor andaba por en medio de los mismos como si del protagonista de la película de Alejandro Amenazar, “Abre los ojos” se tratase. De no ser que a través de balcones y ventanas, así como de las terrazas de los bares cercanos me llegaban los ecos del partido en fútbol, podría haber llegado a pensar que durante mi estancia en aquel gran almacén, un terrible Apocalipsis había asolado nuestro planeta convirtiendo a servidor en el único superviviente. Afortunadamente no fue así, por lo que apure los últimos minutos antes de cerrar para darme una vuelta por la Fnac bajo la irascible mirada de sus empleados que con la cabeza en el terreno de juego esperaban ansiosos a que cerrase el comercio para disfrutar como el resto de los humanos de la fiesta del fútbol.
Resignado ante el inminente cierre, marche para casa, no sin antes tener la suerte de cruzarme con un ser querido en el camino. Mi hermana, que antes de despedirse me dio un par de sonoros y excesivos besos en la mejilla con el único fin de pringarme esta con los colores de la bandera que de forma bastante incomprensible llevaba pintadas para animar a la roja. Así, con los mofletes rezumando color, mientras subía las escaleras, me llegaron los ecos de un segundo gol, pero ni eso fue motivo suficiente para que servidor encendiese la tele. Un estruendoso petardo en la calle y los primeros golpes de sirena, cláxones y trompetas varias me hicieron sospechar que este había acabado y que la fiesta y lo que es peor la celebración de la misma se iba a alargar durante toda la noche.
Fue entonces cuando no pude reprimirme y encendí el televisor para dejarme llevar por a euforia colectiva, por esa orgía de gritos y de emociones en la que se sumergió gran parte de este país. Confieso que mi mayor interés residía en la entrevista de la periodista Sara carbonero a su prometido y capitán del equipo, Iker Casillas. Necesitaba un final cinematográfico a tan deportiva noche, pero este no llego y quedo resuelto en un confortable abrazo.
La celebración se alargó durante toda la noche y aunque no me gusta nada el fútbol si que es cierto que me congratulé porque un hecho así sirviera de alegría a tantos y tantos españoles a los que últimamente nos tienen acostumbrados a pésimas noticias. Sin embargo, no podía dejar de pensar que mientras todas aquellas personas alborotaban, cantaban y gritaban por la calle jaleando la victoria de su equipo. A unos kilómetros de mi casa, el monte estaba ardiendo y muchos héroes anónimos que no cobran ninguna prima por su trabajo y que posiblemente acaben siendo también victimas de los recortes de nuestro intolerante gobierno, estaban trabajando por nosotros sin que los medios de comunicación resaltasen su trabajo ni se les diera ninguna copa.
Entonces apague de nuevo el televisor y me volví a sentir solo, solo en un mundo que no acabo de entender.
2 comentarios:
mi querido Doctor compañero de muchos domingos de soledades.
Tu escrito me parece mágnifico, en el pones toda tu alma con esas palabras y esa ironía que tan solo tu eres capaz de sacarle a un domingo en soledad.
gracias mil por hacernos partícipes de tus pensamientos llenos de profundidad y cercanía, es algo que tengo que aprender...
tu lo has dicho Mo, solo son pensamientos, cercania. Gracias a ti por hacer que esos domingos muchas veces sean menos o nada solitarios...
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