Tras el indigesto empacho de vida social al que me sometí el pasado viernes en el falleril evento, ayer tarde dirigí mis pasos hacia la gran vía para asistir a la inauguración de la exposición de pinturas de mi amigo Visantin.
El marco a tan bizantina muestra me sorprendió sobremanera, una peluquería, peluquería de poderío (como diría Visantin) ejercía de improvisada galería.
A la entrada de la misma, el anfitrión, con muchas exposiciones a sus espaldas, ejercía con esmero su cometido ofreciendo bombones en la puerta. De esta guisa tan dulce, el artista me acompañó, a modo de visita guiada, por la muestra, dándome toda serie de detalles sobre la realización de las diferentes obras. Confieso que el particular entorno en el que se exponían las obras, resultaba muy interesante. Visitar una exposición pictórica, esquivando secadores y comentar las peculiaridades de un cuadro mientras a tu lado lavan la cabeza a una señora, le daba al asunto un punto al menos interesante.
Los cuadros aunque escasos siempre cuentan con ese elemento sorpresa que tienen las obras de Visantin. Los dos coincidimos con ese punto Diógenes que tanto nos gusta y se refleja en nuestras obras. El arte povere alcanza una nueva dimensión en manos de este artista, aun más en tan insólito emplazamiento. Nunca me ha gustado hacer crítica de obras ajenas, pero si tuviera que resaltar algo de ellas, seria que todas y cada una de estas, trasmiten el entusiasmo y sobre todo el placer y diversión con el que el autor las ha realizado. Sin falsas ni oscuras pretensiones, ni prejuicios absurdos, con esa libertad creativa que solo el arte te puede dar a la hora de crear con cualquier elemento que se cruce en tu camino. Al fin y al cabo la vida es un gran cuadro, y todos somos un poco Diógenes.
El marco a tan bizantina muestra me sorprendió sobremanera, una peluquería, peluquería de poderío (como diría Visantin) ejercía de improvisada galería.
A la entrada de la misma, el anfitrión, con muchas exposiciones a sus espaldas, ejercía con esmero su cometido ofreciendo bombones en la puerta. De esta guisa tan dulce, el artista me acompañó, a modo de visita guiada, por la muestra, dándome toda serie de detalles sobre la realización de las diferentes obras. Confieso que el particular entorno en el que se exponían las obras, resultaba muy interesante. Visitar una exposición pictórica, esquivando secadores y comentar las peculiaridades de un cuadro mientras a tu lado lavan la cabeza a una señora, le daba al asunto un punto al menos interesante.
Los cuadros aunque escasos siempre cuentan con ese elemento sorpresa que tienen las obras de Visantin. Los dos coincidimos con ese punto Diógenes que tanto nos gusta y se refleja en nuestras obras. El arte povere alcanza una nueva dimensión en manos de este artista, aun más en tan insólito emplazamiento. Nunca me ha gustado hacer crítica de obras ajenas, pero si tuviera que resaltar algo de ellas, seria que todas y cada una de estas, trasmiten el entusiasmo y sobre todo el placer y diversión con el que el autor las ha realizado. Sin falsas ni oscuras pretensiones, ni prejuicios absurdos, con esa libertad creativa que solo el arte te puede dar a la hora de crear con cualquier elemento que se cruce en tu camino. Al fin y al cabo la vida es un gran cuadro, y todos somos un poco Diógenes.
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