Nos despedimos de valencia al son que marcaban un grupo de falleriles vándalos que a las puertas de la estación, no cesaban de soltar toda su artillería pesada en forma de petardos y masclets, siempre bajo la atenta mirada de su profesor que incomprensiblemente hacia oídos sordos (nunca mejor dicho) a las terroristas tendencias de sus pupilos. Ansiosos, mi amiga Angeles y servidor, esperábamos la llegada del tren que nos sacará de semejante infierno institucional.
Hace ya muchos años, demasiados, que dejé Córdoba. Estaba deseando reencontrarme con un montón de recuerdos y vivencias que quedaron sepultadas cual ruina romana en una ciudad en la que la historia te sale al encuentro a cada paso.
Un largo viaje en tren que sorprendentemente no nos resultó excesivamente pesado. A lo largo de las casi 7 horas de viaje, hubo tiempo para todo, conversaciones pendientes que la vorágine diaria no nos permite realizar, apetecibles visitas al vagón-bar, autodefinidos, bocadillos de jamón y queso, y estimulantes paradas del tren para fumar en oportunos andenes de estación, protegidos por la ley anti-tabaco.
Una gélida y desconocida estación nos abrió las puertas de la ciudad de córdoba. Han pasado tantos años, y tantos AVES. Con la dispersión que nos caracteriza, conseguimos salir al exterior, una vez en la calle, mi confusión iba en aumento, teniendo que recurrir a la siempre amable disposición de los cordobeses para llegar hasta nuestro hotel. De camino, mis recuerdos me salieron al paso de forma inesperada, comprobando taciturno que aquella farmacia en la que pasé un año sirviendo a la patria, es ahora un ruinoso local en venta.
El hotel Boston nos recibió con la elegancia que le caracteriza, y esa escalinata franqueada por tres maravillosas columnas de escayola que dan entrada a la recepción, a la que no se puede acceder en ascensor. Una vez instalados y conectados al ciber espacio, comenzamos nuestra andadura, nuestro primer contacto con la ciudad.
De forma espontánea decidimos, o mejor improvisamos, simplemente dejarnos llevar y disfrutar de eso que solo una situación de vacaciones te puede regalar, estoy hablando de la capacidad de poder disfrutar de unos días de descanso, sin compromisos, sin maratonianas excursiones. Cuatro días para disfrutar de la belleza, hospitalidad y buen comer de Córdoba. Sin pretenderlo comenzamos a caminar sin rumbo fijo, dejándonos llevar por la historia y los recuerdos con los que nos íbamos tropezando. Así, sin querer, llegamos a la judería donde a modo de saludable aperitivo, nos tomamos unos vinitos en Bodegas Guzmán, a la sombra de la tertulia taurina de Finito de Córodoba. Un aperitivo que tuvo su fin de fiesta en un fantástico restaurante que un viandante tuvo a bien recomendarnos en la misma judería.
Hace ya muchos años, demasiados, que dejé Córdoba. Estaba deseando reencontrarme con un montón de recuerdos y vivencias que quedaron sepultadas cual ruina romana en una ciudad en la que la historia te sale al encuentro a cada paso.
Un largo viaje en tren que sorprendentemente no nos resultó excesivamente pesado. A lo largo de las casi 7 horas de viaje, hubo tiempo para todo, conversaciones pendientes que la vorágine diaria no nos permite realizar, apetecibles visitas al vagón-bar, autodefinidos, bocadillos de jamón y queso, y estimulantes paradas del tren para fumar en oportunos andenes de estación, protegidos por la ley anti-tabaco.
Una gélida y desconocida estación nos abrió las puertas de la ciudad de córdoba. Han pasado tantos años, y tantos AVES. Con la dispersión que nos caracteriza, conseguimos salir al exterior, una vez en la calle, mi confusión iba en aumento, teniendo que recurrir a la siempre amable disposición de los cordobeses para llegar hasta nuestro hotel. De camino, mis recuerdos me salieron al paso de forma inesperada, comprobando taciturno que aquella farmacia en la que pasé un año sirviendo a la patria, es ahora un ruinoso local en venta.
El hotel Boston nos recibió con la elegancia que le caracteriza, y esa escalinata franqueada por tres maravillosas columnas de escayola que dan entrada a la recepción, a la que no se puede acceder en ascensor. Una vez instalados y conectados al ciber espacio, comenzamos nuestra andadura, nuestro primer contacto con la ciudad.
De forma espontánea decidimos, o mejor improvisamos, simplemente dejarnos llevar y disfrutar de eso que solo una situación de vacaciones te puede regalar, estoy hablando de la capacidad de poder disfrutar de unos días de descanso, sin compromisos, sin maratonianas excursiones. Cuatro días para disfrutar de la belleza, hospitalidad y buen comer de Córdoba. Sin pretenderlo comenzamos a caminar sin rumbo fijo, dejándonos llevar por la historia y los recuerdos con los que nos íbamos tropezando. Así, sin querer, llegamos a la judería donde a modo de saludable aperitivo, nos tomamos unos vinitos en Bodegas Guzmán, a la sombra de la tertulia taurina de Finito de Córodoba. Un aperitivo que tuvo su fin de fiesta en un fantástico restaurante que un viandante tuvo a bien recomendarnos en la misma judería.
Esa misma noche el “flamenquin” hizo acto de presencia en La Fragua, un bar instalado en una casa del siglo XV restaurada de la que nos enamoramos nada más entrar. Cenamos en su patio, a la sombra de la luna y la banda sonora de kilo veneno. Una maravillosa cena que sirvió de preámbulo a lo que serian 4 días inolvidables.
Ya de madrugada, decidí dar una vuelta solo por la ciudad, embriagándome de sus silencios, de las luces y sombras de la noche cordobesa. Caminaba sin rumbo fijo, perdiéndome entre sus estrechas y empedradas callejuelas, disfrutando de la paz que tan difícilmente podría haber tenido a esas mismas horas en mi ciudad que ya rebosaba pólvora y fallas por todas partes. Sentado en un banco, frente a una pequeña fuente que había en una de las innumerables plazas de la ciudad, recibí una llamada telefónica de valencia, una llamadas apenas audible por los petardos que no cesaban de explotar al otro lado del auricular. Cuando colgué, el silencio se volvió a instalar en mi cabeza, un silencio tan solo quebrado por el ligero canto de un grillo que como yo disfrutaba de la noche cordobesa. Bendito silencio.
Ya de madrugada, decidí dar una vuelta solo por la ciudad, embriagándome de sus silencios, de las luces y sombras de la noche cordobesa. Caminaba sin rumbo fijo, perdiéndome entre sus estrechas y empedradas callejuelas, disfrutando de la paz que tan difícilmente podría haber tenido a esas mismas horas en mi ciudad que ya rebosaba pólvora y fallas por todas partes. Sentado en un banco, frente a una pequeña fuente que había en una de las innumerables plazas de la ciudad, recibí una llamada telefónica de valencia, una llamadas apenas audible por los petardos que no cesaban de explotar al otro lado del auricular. Cuando colgué, el silencio se volvió a instalar en mi cabeza, un silencio tan solo quebrado por el ligero canto de un grillo que como yo disfrutaba de la noche cordobesa. Bendito silencio.
4 comentarios:
El Dr. Magenta se lo habría pasado muchisimo mejor si se hubiese quedado en Valencia disfrutando de la Fiesta Fallera.
De haberse quedado en Valencia el dr.magenta, se habria construido un bunker en su habitacion como hacia antaño.... que recuerdos....
Este capítulo no lo había leído, ¡casi me pierdo estos recuerdos!
¡¡¡ole el flamenquín !!!!
¡Cómo se lo monta Herr Doktor!
Hizo Vd. bien. Hoy en día es muy difícil conseguir algo de silencio y tranquilidad.
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