El hombre ausente camina en silencio, siguiendo con la mirada sus pasos perdidos, esos mismos que no le llevan a ninguna parte, los mismos que le traen de la nada.
Pasea su mirada apenas perceptible por los demás, ajeno al resto de peatones, atendiendo solo a estímulos que le alertan de urbanos riesgos.
De camino al trabajo, el hombre ausente envasa su tristeza en botes de silencio envasados al vacío y cerrados a presión y precisión.
Ni maña ni fuerza destapan tan agrio envase.
Una sonrisa, tan solo una sincera y dulce sonrisa es capaz de abrir tan doloroso frasco.
Un ligero click devuelve su esencia al vacío condensada en forma de efímera lágrima.
2 comentarios:
Mira si da pena este relato que nadie escribe ningún comentario. El Rancio.
Bueno has escrito tu....
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