Después de discutir entre la amplia oferta gastronomita que se nos ofrecía: chino, kepab, bocadillo, resolvimos decantarnos por una alternativa diferente. Algo llamó nuestra atención cuando pasamos por la puerta del local.
Un local con una decoración más parecida al autoservicio de una autopista, con una decoración carente de la más mínima personalidad, en la que abundaban los vivos colores y los insólitos posados robados de girasoles en edad de merecer. Algo, sin embargo, desentonaba con tan contemporánea decoración. Repartidas a lo largo de la sala, se disponían los escasos comensales sentados en sillas y mesas de madera, sobre las que reposaban orientales manteles del todo a 100, que delataban su asiático origen. Atrincherados tras la barra, una pareja de chinos nos saludaron con una ligera aunque repetitiva inclinación de cabeza que a punto estuvo de provocarles un politraumatismo al tiempo que un par de camareros argentinos se apresuraban a acomodarnos en un salón que prácticamente estaba vació. Esta curiosa mezcla de nacionalidades comenzó a crearnos cierta zozobra, de la que no nos reoperaríamos en toda la noche.
Los porteños camareros se afanaban en ser complacientes con los escasos clientes que había en el local, por lo que ni que decir tiene que resultaban cargantes en exceso. Con un look más propio de un par de gogos de macro discoteca que de camareros, estos exhibían sus excesivos tatuajes en unos bíceps que en ocasiones confundíamos con el rollo de carne de cordero para kepabs que orgulloso no dejaba de girar tras la barra en la que se atrincheraban los chinos.
Una vez pedimos las bebidas, nos dirigimos con timidez hacia el buffet, donde en un curioso a la par que interesante mix, se mezclaban las ensaladas con la comida china y una parilla de variadas carnes argentinas. Con el desespero propio del español medio cuando va a un buffet comenzamos a llenar nuestros platos como si fuera nuestra ultima comida, haciendo grande ese gran slogan, con el que uno de los camareros, el que llevaba el tatuaje de Bruce Lee en el hombro, nos había recibido. “Podéis comer hasta reventar”. Claro, con esos bíceps, no era cuestión de llevarles la contraria. En ello nos pusimos cuando uno de los camareros, había mas personal que comensales, nos ofreció con inconfundible acento porteño la variada carta de carnes: Che, boludo querés que te prepare algo?
Con la indecisión de un niño frente a un puesto de chuchearías comenzamos, a modo de menú degustación, a escoger una variada selección de carnes a la parrilla, en un improvisada cena homenaje al colesterol.
Tras visitar el buffet en varias ocasiones, comenzamos a escoger el postre. Una curiosa selección de grasas saturadas que decidimos regar con jarabe de caramelo, no sin antes dejarnos convencer por el cocinero argentino, que desde la cocina nos invitaba a probar unos crepes que el mismo se afanaba en preparar.
Che, probar los crepes, os voy a preparar mi favorito. Ni que decir tiene que su favorito era el mas excesivo astronómicamente hablando. Crepe de dulce de leche, espolvoreado con azúcar y flambeado con ron. Un exagerado postre con elaborada preparación, a la que un cocinero chino que se ubico junto al argentino, no dejó de prestar atención a instancias de este que no dejaba de alentarlo con frase como:
Chinoooo, chinooooo.. probá hacerlo tu chinoo, no hagás una cagada, una cagada china…
Ciertamente el chino era un poco torpe con los fogones, tanto que ese momento flambeado, caso termina depilándome las cejas. Como sospechaba, cuando bajo la llama, observe al cocinero chino comprobando que el las llevaba pintadas.
Una desmesurada cena en la que de un momento a otro esperábamos terminara con una actuación de los camareros ejerciendo de improvisados boys y haciendo un streptease en medio del salón, esa bola de cristal en el centro me provoco mas que fundadas sospechas. Afortunada o desafortunadamente no fue así, por lo que después de despedirnos de los solícitos camareros, antes de que nos viera el cocinero y nos invitara a probar otro de los platos de su “variada” carta. Viva la fusión de sabores, y de camareros…
Un local con una decoración más parecida al autoservicio de una autopista, con una decoración carente de la más mínima personalidad, en la que abundaban los vivos colores y los insólitos posados robados de girasoles en edad de merecer. Algo, sin embargo, desentonaba con tan contemporánea decoración. Repartidas a lo largo de la sala, se disponían los escasos comensales sentados en sillas y mesas de madera, sobre las que reposaban orientales manteles del todo a 100, que delataban su asiático origen. Atrincherados tras la barra, una pareja de chinos nos saludaron con una ligera aunque repetitiva inclinación de cabeza que a punto estuvo de provocarles un politraumatismo al tiempo que un par de camareros argentinos se apresuraban a acomodarnos en un salón que prácticamente estaba vació. Esta curiosa mezcla de nacionalidades comenzó a crearnos cierta zozobra, de la que no nos reoperaríamos en toda la noche.
Los porteños camareros se afanaban en ser complacientes con los escasos clientes que había en el local, por lo que ni que decir tiene que resultaban cargantes en exceso. Con un look más propio de un par de gogos de macro discoteca que de camareros, estos exhibían sus excesivos tatuajes en unos bíceps que en ocasiones confundíamos con el rollo de carne de cordero para kepabs que orgulloso no dejaba de girar tras la barra en la que se atrincheraban los chinos.
Una vez pedimos las bebidas, nos dirigimos con timidez hacia el buffet, donde en un curioso a la par que interesante mix, se mezclaban las ensaladas con la comida china y una parilla de variadas carnes argentinas. Con el desespero propio del español medio cuando va a un buffet comenzamos a llenar nuestros platos como si fuera nuestra ultima comida, haciendo grande ese gran slogan, con el que uno de los camareros, el que llevaba el tatuaje de Bruce Lee en el hombro, nos había recibido. “Podéis comer hasta reventar”. Claro, con esos bíceps, no era cuestión de llevarles la contraria. En ello nos pusimos cuando uno de los camareros, había mas personal que comensales, nos ofreció con inconfundible acento porteño la variada carta de carnes: Che, boludo querés que te prepare algo?
Con la indecisión de un niño frente a un puesto de chuchearías comenzamos, a modo de menú degustación, a escoger una variada selección de carnes a la parrilla, en un improvisada cena homenaje al colesterol.
Tras visitar el buffet en varias ocasiones, comenzamos a escoger el postre. Una curiosa selección de grasas saturadas que decidimos regar con jarabe de caramelo, no sin antes dejarnos convencer por el cocinero argentino, que desde la cocina nos invitaba a probar unos crepes que el mismo se afanaba en preparar.
Che, probar los crepes, os voy a preparar mi favorito. Ni que decir tiene que su favorito era el mas excesivo astronómicamente hablando. Crepe de dulce de leche, espolvoreado con azúcar y flambeado con ron. Un exagerado postre con elaborada preparación, a la que un cocinero chino que se ubico junto al argentino, no dejó de prestar atención a instancias de este que no dejaba de alentarlo con frase como:
Chinoooo, chinooooo.. probá hacerlo tu chinoo, no hagás una cagada, una cagada china…
Ciertamente el chino era un poco torpe con los fogones, tanto que ese momento flambeado, caso termina depilándome las cejas. Como sospechaba, cuando bajo la llama, observe al cocinero chino comprobando que el las llevaba pintadas.
Una desmesurada cena en la que de un momento a otro esperábamos terminara con una actuación de los camareros ejerciendo de improvisados boys y haciendo un streptease en medio del salón, esa bola de cristal en el centro me provoco mas que fundadas sospechas. Afortunada o desafortunadamente no fue así, por lo que después de despedirnos de los solícitos camareros, antes de que nos viera el cocinero y nos invitara a probar otro de los platos de su “variada” carta. Viva la fusión de sabores, y de camareros…
1 comentario:
Sin duda, toda una aventura.
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