Postrado frente a mi altar de ausencias, me acompañan los retratos enmarcados de los que ya no están.
Junto a ellos, un pequeño jarrón de incierto origen y de opaca transparencia, ondea con nostalgia un par de flores secas.
A modo de santoral recorro con la mirada mi particular retablo. La mera visión invita al recuerdo.
Un viaje al pasado, un duelo con la memoria perdida y siempre selectiva.
Bailo con la cabeza apoyada sobre su pecho, marcando los pasos al ritmo de los sonoros latidos de su corazón.
Cierro mis ojos dejándome llevar mientras le echo un arriesgado pulso a la memoria.
Evoco en la oscuridad recuerdos organizados de caótica manera.
Una espontánea sonrisa crece en mi boca al tiempo que, como si de una furtiva lágrima se tratase, uno de sus ajados pétalos se desvanece lentamente.
No quiero volver a abrir los ojos, quiero seguir bailando con el dulce balanceo de la nostalgia.
Déjame envolverme bajo el manto del recuerdo.
Déjame vivir en el engaño.
Déjame volar con las alas de la locura.
Déjame soñar….
1 comentario:
Cuando me vine a la nueva casa puse un altar de fotografías, de los que había querido y ya no estaban, o de los que estaban lejos. Era un pequeño espacio de la casa, pero no me gustó recrearme en esas imágenes, allí, me miraban, solitarias, esperando que yo les mirase en un ejercicio algo morboso, y que les diese algo de vida, que al final solo me ponía triste. Decidí quitarlas, andan por algún cajón y de vez en cuando les hago una visita.
Ya no me gustan los altares, prefiero mirar a los vivos, es más gratificante.
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