martes, 26 de agosto de 2008

Cronicas morunas 7

CHAOUEN A DOS VELAS

Aunque tenía intención de levantarme pronto y así aprovechar la mañana marroquí, lo cierto es que amanecí cuando ya eran casi las 12. Después de observar la cara de perplejidad de mi anfitrión cuando le pregunte donde había una croassanterie donde poder desayunar, decidí comerme un paquete de Conguitos. Así, con el estomago lleno bajamos a la plaza del mercado donde mi amigo quería comprar una cocina de gas, de estas tipo consola, con tres fuegos. Si ya se que no es el souvenir habitual que uno se llevaría de Chaouen pero tampoco mi amigo Pedro es habitual .
Como iba siendo habitual en todas nuestras salidas aprovechamos las horas del día más calurosas para movedor por la ciudad. Especialmente duro resultó atravesar el mercado y no porque uno sea especialmente sensible olfativamente, pero la mezcla aromática era explosiva. Mezclar la carne y el pescado sobre todo cuando la temperatura ambiente resulta cercana a los 40º pues como que no funciona. SI bien tenía intención de curiosear por los distintos puestos, tengo que confesar que no pude más que salir huyendo cuando al acercarme a la polleria nos invadió un olor tremebundo, era un olor ya no solo desagradable, era la muerte. Aguante como pude la respiración que un poco mas y tenemos que llamar al SAMUR y corrí en dirección contraria seguido muy de cerca por un grupo de niños gritando “Messie, un caramelo….” En la que fue mi inauguración del circuito urbano de Chaouen en claro homenaje a las carreras de Formula 1. Hay que aclarar que en la polleria uno tenia la oportunidad de elegir el pollo que se quería llevar, y elegirlo cuando este aun estaba vivo, no voy a entrar en detalles aunque el final ya os lo podéis imaginar.
De vuelta del “centro comercial”, decidimos tomar algo en la plaza de ciudad, su plaza mas céntrica y turística. Nos acompañaron en el improvisado piscolabis docena y media de abejas que tuvieron a bien ejercer de anfitrionas y hacer de la experiencia una situación digamos… diferente. Por cierto que luego me explicaron que las abejas de Chaouen no pican y que incluso hay mucha gente que juega con ellas, las saca del vaso donde se amontonan alrededor de la hierbabuena que contiene el te y las acaricia con cariño en un curioso espectáculo que resulta tierno a la par que ¿peligroso?
No, no me importó lo más mínimo irme de allí sin comprobarlo…
Ya por la tarde y después de una más que merecida siesta, dimos una vuelta por la ciudad y posteriormente cenamos en la terraza de un restaurante donde tuve ocasión de probar platos típicos como en cuscus y el tallin con el estrellado cielo de la ciudad como techo (ah y sin abejas). Una vez en casa volvimos a dejarnos caer en el salón hasta perder prácticamente en conocimiento mientras dos velas de escasa vida nos iluminaban al tiempo que al otro lado de la ventana sonaban los ecos de los cánticos del coran.


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